Se levantó una mañana. Subió la persiana de su ventana y el astro rey reveló los trazos de una habitación asimétrica y descolocada. Frotó fuerte sus ojos, quién sabe si por cansancio o por tratar de cambiar su realidad, y se dirigió al baño. Ducharse. Secarse el pelo. Vestirse. Desayunar. Lavarse los dientes. Maquillarse. Hacer la cama. Correr al tren. Todo son prisas. Así todos los días...

¡Buenos días, amiga rutina! ¿Cree usted que hoy será un buen día?

Y allí estaba ella, caminando por la calle entre cuerpos casi sin vida, todos iguales, robóticos. A veces los mira extrañada, pensando qué puede ser lo que la diferencie de ellos, de esas máquinas que se crean a sí mismas. Otras veces le parece que los árboles la animan a huir, a salir volando lejos, que los pájaros tratan de animarle el día con cancioncillas alegres, que el planeta rezuma palabras de auxilio por todos sus poros. Y ella se limita a vivir, a dejar que pasen los días, aún sabiendo que el día que pasa ya nunca volverá, cual marioneta líada en sus propios hilos, esos que la mantienen para que no caiga al vacío.

Y si miras su foto, aunque trate de mostrar su más tierna sonrisa, si te fijas bien tras ella se esconde una mujer con eternos ojos tristes.



(Suena: Le valse de Amélié - Yann Tiersen)

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